Cuando
llegaron los españoles existían veinte millones de aztecas, un siglo después,
la población bajó a dos millones. Entremedio estuvo la colonización y una
evangelización que casi los asesina a todos, directa o indirectamente. Muchos
de los hijos de esos sobrevivientes son devotos leales y sonrientes de la
Virgen de Guadalupe, con un indio Juan Diego que sí habría existido, aseguran
los más optimistas. Los vasallos eran azotados y debidamente bautizados. La
política terrorista incluía el hambre, las pestes, la tortura, la explotación,
la denigración, el desprecio y la muerte. Los misioneros, con dolor, terminaron
por aceptar la tesis que los indios sí tenían alma. Hernán Cortés fue un modelo
de eficiencia en la gestión y Carlos V se gozaba con su paladín. Las
maldiciones y miserias del paganismo español se instalaron en América con furor
y celo catequístico. Aztecas, mayas, incas y otros, conocieron esa fogosa fe
viva que transforma las culturas, la vida cotidiana. El esclavo, con un rosario
en la mano, es el nuevo peregrino. El genocidio sacramentado dio buenos frutos.
Gloria a la virgen de los Remedios. Bartolomé de las Casas, el negrero de Dios,
le advirtió al rey de España que aniquilar la mano de obra barata sería un
grave error macroeconómico y propuso piadosamente que los negros serían un
potente aporte al PIB. La bendición papal nunca se ausentó.
Del blog
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