sábado, 22 de abril de 2017

EL SUICIDIO

Al alma se le apagan todas las luces y velas. No hay hacia donde echar un vistazo o hacia donde ir. No hay senderos ni candelabros. Un humo negro desciende y cubre el discernimiento entre el bien y el mal, los principios y la fe, y nada se ve. Ese humo negro denso quiere que seas parte de él. Todo está perdido y la lobreguez es un escenario totalizante, exterminador. Todas las fuerzas de esa oscuridad te han encadenado con convicción. Con el suicidio nada solucionas y pasas a esa tenebrosidad eterna, final e irreversible. En esa depresión extrema empiezas a recibir claras directrices e instrucciones de una pistola que no titubea. No hay espacio para la racionalidad, la sensatez o el arrepentimiento. Todo se extinguió. Pensar en la familia o en alguna belleza que nos regaló la vida es inútil. Lo que fue un dolor y una frustración terribles se convirtió en un monstruo indomable que te presiona, en un tirano sobrenatural que no te obsequia un respiro. El ángel de la muerte te invita con una voz persuasiva a marcharte. Te recuerda con lujosos detalle tus angustias y lo miserable que es este mundo. Esa voz nada te dice de lo que te espera más allá. No te muestra las habitaciones o el amoblado de la fogosa eternidad. En eso consiste la labor del ángel de la muerte. La mentira es el puente que te guiará al otro lado. Si acá todo es tenebroso ¿el otro lado es luminoso? No, no lo es. La luz en el alma la recibes aquí y te la llevas al otro lado por siempre. El alma es inmortal. Nadie pasa de la oscuridad a la luz por medio del suicidio. La tumba no cambia las cosas, sólo las extiende. El suicidio no es una salvación es una condena.                                                                                                                                                                   





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