Devotos
desembarcaron en Nueva Inglaterra alabando a Jesucristo con todos sus pulmones
y con una disciplina moral y laboral sublime. El comercio de esclavos era
transparente y activo y el racismo legal separaba la blancura de lo oscuro.
Después de visitar la parroquia los domingos, vendían ron como si fuera agua
bendita. Las damas de los negreros eran recatadas y probas, con no muy pocas
excepciones, cuenta el loro. Los que no eran miembros de su tribu blanca, eran
despreciados con fervor y pólvora. Los cristianos gritaban con ardor: ¡Gloria a
la Santísima Trinidad ,
ahora y siempre!.
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