Unos evolucionistas hallaron lejos un planeta
idéntico a la tierra primigenia, y yendo allá instalaron en forma perfecta y
sabia las suficientes dosis de carbón, hidrógeno, oxígeno, hierro, magnesio,
nitrógeno, fósforo, etc, para que en este nuevo globo nazcan células, la vida
misma, la consciencia, como en casa. Al regresar a este planeta millones de
siglos después, los devotos evolucionistas no hallaron seres humanos, ni
hormigas, ni pirámides, ni sinfonías ni amapolas, y mucho menos vieron a un
pueblo adorando a Dios. Sólo sobreviven algunos ladrillos de los curatos
darvinianos y unos pocos prosélitos fieles, sentados en la puerta del vacío, de
la nada, del azar estéril. Y colorín colorado el cuento de la evolución se ha
acabado.
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