Por razones sobrenaturales y necesidades propias
del giro, el Vaticano falsificó la denominada Donación de Constantino que le
permitió a la cuasipía iglesia católica adueñarse de parte de Italia y del lado
occidental del imperio romano. Tan impresionante hurto les facilitó a los sucesores
virtuales de Pedro el combatir la pobreza, el paganismo producido, la
insinceridad y el crimen. Nunca un fraude había sido tan rentable y tan
maravilloso, por eso el Espíritu Santo hizo la vista gorda con los depositarios
de la fe. Tanto en el cielo como en la tierra, todos callaron, motivados por la
mística del pentecostés. El Emperador Constantino nunca regaló nada y los
príncipes de los apóstoles, uno tras otro y casi sin excepción, se
enriquecieron profusamente gracias a este engaño, a través de la historia, con
una viveza sublime, despreciando cualquier acercamiento a la ética comercial.
Al darse cuenta, por el lenguaje usado y otros absurdos, Lorenzo Valla en el
año 1440 desenmascaró la magnánima estafa de un papado que no efectuó sumarios
administrativos, causándole un daño reparable a los bienes raíces del reino de
los cielos. Los Estados Papales y la Tradición son retoños del robo, del padre de la
mentira, del Romano Pontífice. A veces el vicario no es infalible, lo
sorprenden in fraganti.
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