domingo, 17 de agosto de 2014

LA HERCÚLEA AUTOPSIA AL ASESINADO PAPA JUAN PABLO I

Inmediatamente fallecido, invitaron a científicos neutrales de las universidades de Moscú, Teherán, Estocolmo, Londres y Pekin, a examinar con prolijidad la sangre y el cadáver de Juan Pablo I, mediante una transparente autopsia que se transmitió en vivo y en directo por la CNN, ABC, CBS y treinta canales más. Todo claro, el papa Luciani falleció de un infarto al miocardio, por motivos que todos los vivaces comprenden en un tris. Al Señor no le agrada el secretismo, al Vaticano tampoco. ¿Por qué el saludable y sonriente Romano Pontífice se fue a los solo treinta y tres días de reinado y en el preciso instante en que planificaba una auditoría contable, la destitución de funcionarios descompuestos y la revisión de los procedimientos mafiosos y masónicos, enraizados en la Santa Sede? Casualidad, todo se trataría de un luciferina casualidad. ¿Por qué Juan Pablo I tenía un rostro rosáceo, como nítida prueba de un envenenamiento, cuando su cuerpo yerto era exhibido en público? Es que estaba avergonzado por un pecado que no alcanzó a llegar al confesionario. Juan Pablo II se jugó la vida y su prestigio por una segunda autopsia independiente que borrara de cuajo toda suspicacia o cuestionamiento. Y ¿de qué sirvió? Los majaderos y torcidos enemigos de la Santa Iglesia insisten antojadizamente que al papa Juan Pablo I lo asesinaron, por querer ser honesto, ya que la probidad en la Santa Sede sería cuasihomicidio. El banco del Vaticano envió doce buses repletos de orquídeas y lirios al funeral. Calvi, Villot, Sindona, Marcinkus, Gelli, el sacro colegio y los otros miembros de la hermandad, lloraron como niños desconsolados la abrupta partida del vicario de Cristo y la lavadora de Emanuel sólo pasó un susto breve, algo así como una prueba del mismo purgatorio. Por negligencia administrativa, aún no encuentran a un médico amigo que firme el certificado de defunción de Luciani, y el embalsamamiento se realizó a la velocidad de un rayo, casi como si estuvieran apurados. ¿Quién fue el primero en ver al finado? ¿Por qué hay contradicciones en las primeras declaraciones? ¿Cuál fue el lugar exacto de su fallecimiento? ¿Qué lo mató? ¿Juan Pablo II lo encubrió todo, todo el tiempo, con la destreza de un serafín posgraduado? Todas estas preguntas son insensatas, profanas e inconducentes. Alberto Luciani nunca dejaba de descoyuntarse por la emoción que le generaba el apoyo incondicional y cerrado que le entregaron los cardenales y obispos a las reformas religiosas y administrativas que implantaría en el catolicismo. Como no pudo resistir la agitación de tanta lealtad, le dio un infarto. Era un montañista de excelente salud. Malpensados, la autopsia fue diáfana y sin imágenes trucadas y Benedicto XVI ya autorizó una autopsia más, sin condiciones.

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