El señor
ministro del Gobierno ha robado tanto, ha aceptado tantos sobornos y raciones,
que le están brotando algunos problemas de conciencia, porque jamás en su
carrera política ha podido ser honesto, aunque lo ha procurado. No se le
crispan los dedos de tanto rasguñar y reflexiona con serenidad sobre el más
allá. Con sus ahorros, les entregó una excelente educación a sus hijos y le
compra zapatos a la esposa todas las semanas, con tal de ver el encuentro de
fútbol en relativo silencio. Cuando predica sobreexcitado de la probidad y de la vocación de servicio
público le aparecen unos alones seráficos que sólo él ve. Tiene claro que debe
aprovechar al máximo su período como funcionario de confianza del Presidente.
Los lloriqueos posteriores y arrepentimientos por no avivarse a tiempo no
sirven de nada y los propios correligionarios le dan la espalda al gil que
aspiró a ser recto. Ahora o nunca, es la consigna eminente de los ungidos.
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