Como
Ingeniero en Jefe de este departamento de obras públicas siempre llego puntual
a la oficina, antes de la 8 a .m.
El aseador me compra pan caliente recién salido del horno y con el sacro café
de cada mañana de mi secretaria, me sirvo calmadamente un desayuno sin muchas
calorías, siguiendo al pie de la letra la recomendación médica. Leo en detalle
y con agudeza el periodismo electrónico e impreso. Así no paso vergüenza con
mis colegas en los cotidianos comentarios de la contingencia política y
farandulera. Con una ciega confianza en mis subalternos, firmo las carpetas y
propuestas con tal velocidad, que a veces ni veo las letras grandes de todo lo
que apruebo cada mañana, pensando en mi ciudad. En un relajado almuerzo con mis
compañeros de labores, que generalmente se extiende mucho más de lo que
corresponde, conversamos amena y concentradamente de todos los temas que se nos
vienen a la cabeza y criticamos duramente al presidente por el escueto reajuste
a las remuneraciones del sector público, sin censura y en un ambiente de
respeto mutuo y camaradería. Marco con precisión mi tarjeta de salida para no
cobrar horas extraordinarias y me dirijo raudamente a mi hogar, a descansar sin
piedad.
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