En un
congreso político, los socialistas chilenos legitimaron la violencia como
método válido de lucha, para instaurar en este país el edén comunista, con el che
Guevara como profeta iluminador. Cuando se vino en Chile el golpe de Estado el
11 de Septiembre de 1973 al presidente constitucional Salvador Allende G.,
marxista de tomo y lomo, los revolucionarios juramentados criollos al escuchar
el primer bombazo corrían como locos, unos para esconderse en el wáter de la
historia y otros para rendirse, con una bandera roja con barbas en la mano. A
unos y a otros se les trancó la metralleta libertaria y leninista. Veneraban al
tirano de Cuba y un tirano del polo opuesto los sacudió, y decidieron quejarse
por el resto de sus vidas y por las de las nuevas generaciones. Sólo aplaudían
los balazos que le generaban triunfos políticos. A Pinochet lo denostaron de
mil formas, a Fidel le encendieron mil velas de misa. Los crímenes y torturas
de un dictador eran del demonio, y los crímenes y torturas de los socialistas
eran gloriosos. El lema de la izquierda era: “cásate con el dictador correcto”.
Por estos tiempos el líder socialista sabio es miembro fanático de la burguesía
y de los recursos financieros. Si el autócrata asesino piensa como yo, es amigo
del pueblo.
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